Odio las tardes en las que no nos despedimos, y las mañanas en las que no desayunamos, las noches en las que no reímos, y sólo lloramos.
Odio los días en los que no te veo, y las semanas en las que no hablamos, los meses en los que no te entiendo y sólo te extraño.
Quizás por eso,
te quiero tanto.
B.
(Qué extrañas eres, soledad,
porque a veces te odio -demasiado-
y, al mismo tiempo, eres mi más simple reflejo)
martes, 30 de marzo de 2010
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